Miguel Ángel Granados Chapa
Reforma
08/06/2009
El dilema a que normalmente se enfrenta el votante de cara a la urna, oculto por una cortina que impide la indiscreción contraria al secreto del sufragio, con la boleta y el plumón en las manos, es por cuál de los partidos cuyas siglas y emblemas lo llaman, ha de inclinarse y favorecer con su preferencia.
Reforma
08/06/2009
El dilema a que normalmente se enfrenta el votante de cara a la urna, oculto por una cortina que impide la indiscreción contraria al secreto del sufragio, con la boleta y el plumón en las manos, es por cuál de los partidos cuyas siglas y emblemas lo llaman, ha de inclinarse y favorecer con su preferencia.
Puede ser que el ciudadano llegue a la mesa electoral con una decisión ya formada en su fuero interno o incluso comunicada a su entorno, resultante de una convicción o de un razonamiento. O puede ser que la forje ya en la casilla, en el momento extremo, como conclusión de un raciocinio que se alargó hasta la última hora o por móviles difíciles de identificar.
Pero esta vez el proceso electoral ha incluido dilemas adicionales a aquel problema central, dilemas cuya exposición ha constituido un fenómeno político que ha polarizado posiciones y dejado salir actitudes contrarias al espíritu democrático, por más que se expresen en su nombre y aun en su defensa.
Se trata del llamado, surgido de algunas autorizadas voces con presencia pública y diseminado por doquier, sobre todo a través de la internet, a votar en blanco, lo que es una manera de anularlo, modalidad que también está en debate y que puede practicarse cruzando más de un emblema, o toda la boleta o estampando sobre ella alguna expresión que no corresponda al objetivo de la función electoral.
No se trata de predicar la abstención, como ocurría en tiempos pasados. La abstención suele ser resultado de la despolitización, que a su vez tiene diversos orígenes: la deficiente educación en general, el adormeciendo ciudadano que antaño era condición de gobernabilidad y que ahora es producido por ese nuevo opio del pueblo que es el entretenimiento televisivo, etc. Pero también hay abstención deliberada, la que en el tiempo del partido dominante casi único se tenía como una forma de oposición o inconformidad.
Durante años, antes de ensayar su participación partidaria, la Unión Nacional Sinarquista proclamaba la abstención activamente, con un reclamo escrito en las papeletas: RE, reforma electoral. Y en las convenciones nacionales panistas un debate previo a la elección de candidatos presidenciales se libraba entre participacionistas y abstencionistas, quienes juzgaban inútil hacer el juego a la aplastante maquinaria priista que dejaba apenas resquicios para el triunfo en comicios municipales y legislativos.
Ese debate quedó ya superado en la sociedad. Nadie, o casi nadie, predica la abstención deliberada. Ahora se propone el voto inútil, para llamarlo de un modo que recuerde el papel que en 2000 se asignó al voto útil, el que probablemente contribuyó de modo decisivo a la victoria de Vicente Fox. No es posible determinar con precisión si así fue, porque el PAN había tenido un ascenso sostenido en su votación presidencial, manifiesto en los comicios de 1988 y 1994, en que ese partido logró sumas que, extrapoladas, corresponden a la del año en que ganó la Presidencia.
La propuesta de anular el voto o votar en blanco, que para efectos prácticos es lo mismo, nace según declaración expresa de sus promotores y adherentes, de una razón valedera: el actual sistema de partidos insatisface a cada vez más ciudadanos, que no encuentran entre quienes lo componen uno que satisfaga sus intereses. Y al contrario, juzgan que los partidos miran sólo por su bienestar y comodidad, alejados cada vez más de los ciudadanos que no militan en ellos y aun de los que son sus miembros y son postergados a la hora de tomar decisiones.
El impulso del voto deliberadamente nulo surge de (esa es la palabra más a menudo expresada a ese propósito) el hartazgo ciudadano ante los partidos y el modo de gobernar que de ellos se deriva. El monto del financiamiento público a los partidos, enorme de suyo y desproporcionado a la calidad de sus actividades, ha producido asco en esta época de crisis en que la economía se achica, se pierden empleos y el consumo se reduce aun por debajo de los niveles mínimos.
Ese dispendio partidario, que no se ajustó a las circunstancias presentes, contrastado con la ineficacia de las medidas que se adoptan en los órganos de gobierno configurados a través de los partidos, constituyen poderosas razones de la irritación ciudadana que busca expresarse con esta modalidad del sufragio. Una de las varias agrupaciones surgidas al calor de este propósito ha sintetizado el sentido de la iniciativa estableciendo una ecuación: a políticos nulos, votos nulos Si se me permite expresar mi opinión personal, diré que soy partidario del voto pleno, para contribuir con mi voluntad a la integración del gobierno y la representación política, a fin de establecer con quienes resulten elegidos el pacto que permita después exigirles cuentas. La emisión del sufragio es sólo uno de los pasos de la conducta ciudadana, que debe prolongarse en la demanda a los elegidos para que cumplan su oferta política y sus deberes legales. Abstenerse o emitir un voto sin selección disminuye la prestancia ciudadana requerida para establecer el necesario diálogo de los gobernados con sus gobernantes.
Partidario como digo de votar por candidatos, previo análisis de sus personalidades, trayectorias y propuestas, me manifiesto contrario a la andanada de improperios y descalificaciones que desde los partidos y zonas contiguas a ellos se ha lanzado contra los promotores de la anulación. Estos ciudadanos tienen pleno derecho a mantener esa convicción y a hacer proselitismo con ella.
Yo me sumo a la campaña en favor del voto en blanco. Anular el voto es anular una clase política que se anuló a sí misma por corrupta, voraz y cínica.
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