domingo, 31 de mayo de 2009

Partidos "nuevos", satélites priísitas, reciclando políticos basura.

PSD, corrupto y gangsteril desde su inicio (leer conflicto porril contra Patricia Mercado) y arropado por lo más sucio del PRI, se atrave a presentar como candidato a: ¡Pancho Cachondo!

¡Adiós al PSD!

viernes, 29 de mayo de 2009

Jorge Emilio González, presidente del PVEM, hablando idioteces.

¿Es el tipo de político que se merece este país?

¡Qué vergüenza!

miércoles, 27 de mayo de 2009

Voto Nulo


Rosa Albina Garavito 12/05/2009 Blog Yo Anularé mi Voto



En noviembre del año pasado me sorprendí pensando en la posibilidad de anular mi voto el próximo 5 de julio. ¡¿Cómo!? ¿Tanto luchar porque el voto se respete para ahora ir a las urnas a emitir un voto que se contará como nulo; a votar por todos a la vez que es equivalente a votar por ninguno; a manifestar que todos son iguales y que por lo tanto lo más coherente es anular el voto? Sin embargo, no tardé mucho en convencerme de que, para darle nuevas oportunidades a la democracia en nuestro país, lo mejor es anular el voto.

La primera imagen que vino a mi mente fue la de Margarita, una empleada doméstica residente en Santiago de Chile, a quien conocí cuando estudié en ese país en el bienio 1969-1970. Ahí aprendí mis primeras lecciones de democracia. Llegada de un país donde las elecciones a pocos les importaba, salvo a quienes las manipulaban a su antojo para garantizarse la legitimidad legal de la reproducción del viejo régimen priísta, mi primera sorpresa fue observar el desarrollo de las elecciones en un sistema plural de partidos, con libertad de expresión, con ciudadanos concientes que sin presiones políticas acudían a votar por los candidatos de su preferencia. Cuando pregunté a Margarita por quién votaría en la elección intermedia en curso (previa a la que llevó al triunfo a Salvador Allende), me contestó con orgullo: “no me convence ningún partido, ningún candidato, así que votaré en blanco (opción existente en aquellas boletas). Sí, me voy a abstener.” Como Margarita estaba registrada en el padrón electoral de Chillán, tenía que hacer un viaje a esa ciudad de aproximadamente cuatro horas. A pesar de los significativos costos que eso representaba en relación a su exiguo salario, el alto aprecio por su opinión electoral, la llevaba a emprender el viaje con gran convencimiento. No me argumentó que iría a votar porque en ese país el sufragio no sólo es un derecho, sino también una obligación. No, a lo que apeló fue a su derecho de decir no al sistema de partidos y candidatos. Y subrayó su decisión con una amplia sonrisa de satisfacción en una boca desdentada.

Sin duda, Margarita fue la primera ciudadana que conocí. En México pasarían casi veinte años para que emergiera un nuevo sujeto social: el ciudadano; y que ese nuevo sujeto social irrumpiera en masa en las urnas de 1988 (yo entre ellos). Y ahora, después de veinte años más, estoy aquí con la misma convicción de Margarita: anularé mi voto, y esa será mi mejor contribución como ciudadana conciente para que se abran nuevos caminos a una democracia que apenas niña se corrompió y se pudrió en el cinismo.

Pero si hasta hace poco como militante del PRD trataba de construír una democracia desde la izquierda, ahora anular el voto, ¿no fortalecerá más a la derecha de lo que ya la ha fortalecido la alianza PRI-PAN (desde 1988); la impunidad y los poderes fácticos? ¿Por qué no seguir perteneciendo a las fieles filas del voto duro por el PRD? ¿Por qué, como tantos argumentan, no votar por el menos malo? Porque estoy convencida de que la suma de los partidos parió un oligopolio de mafias políticas. Y de ese oligopolio forma parte relevante el PRD. Las evidencias son muchas. El PRD convirtió -como el resto de los partidos- el acceso a puestos de elección popular no en el fortalecimiento de una democracia representativa transparente, sino en el oscuro juego de pequeños intereses cuyo objetivo es repartirse los espacios de poder para autoreproducirse. El artículo 41 constitucional establece que los partidos son entidades de interés público cuyo fin es promover la participación del pueblo en la vida democrática. Sin embargo, por la manera en que el PRD –como el resto de los partidos-
maneja sus finanzas; hace sus campañas internas; promueve el clientelismo y el corporativismo; nombra a sus candidatos; y ejerce el poder que le da el voto ciudadano en las urnas, está lejos, muy lejos de fortalecer la representación ciudadana que es a quien se debe.

Diputados que se reparten sin pudor el presupuesto no ejercido en lugar de enterarlo, como la ley señala, a la Tesorería de la Federación. Elecciones en que se violan las normas internas, aunque después se exija que el resto de las instituciones respeten el Cofipe a la hora de las campañas y las elecciones constitucionales. Compra de votos en todos los procesos; opacidad en el origen de los recursos de sus precampañas. En fin todas las triquiñuelas del viejo régimen priísta. Con un agregado bochornoso: la falta de oficio en la inveterada práctica de la corrupción, los hace fácil presa de los interesados en exhibirlos. Uno de los resultados de esa impericia ha sido el bochornoso espectáculo de los video escándalos de 2004. ¿La ética política de la izquierda? ¡Bien, gracias!

Decía Marx que la sociedad no se plantea los problemas hasta que no tiene su solución. La solución para el PRD ya existe: regresarlo a la sociedad, al movimiento democrático que le dio vida. Pero sus dirigentes, las distintas expresiones de los grupos internos se niegan rotundamente a renunciar a la franquicia, que es en lo que han convertido el registro de ese partido. Todavía en la campaña para la elección de la dirigencia en 2008, en la cual participé como candidata a Secretaria General en fórmula con Alfonso Ramírez Cuellar, esta propuesta logró formularse con precisión: suspender el proceso electoral (amañado desde el inicio por todos los flancos, incluso por la propaganda indebida de AMLO hacia su candidato –como en el viejo presidencialismo priísta-); y convocar a un Comité Ciudadano para que a su vez este organizara la celebración de la Asamblea Constitutiva de un nuevo partido. El requisito para que este proceso fuera sano y diera nacimiento a la expresión de un real partido de izquierda es que la vieja clase política perredista no participara en él, no metiera las manos. La razón es muy sencilla, ese conjunto de dirigentes se quedó enredado en las telarañas del viejo régimen. Desechada la propuesta, lo que seguía era salirse del partido y empezar algo nuevo. La respuesta de “los más demócratas” en el PRD fue: ¡No, no vamos a romper, somos muy institucionales! A los pocos días renuncié al partido que contribuí a fundar con profunda convicción.

¿Y AMLO? ¿Por qué no apoyarlo? Ha mantenido de manera firme una crítica despiadada a las mafias políticas realmente existentes que intentaron eliminarlo como opción a la Presidencia de la República mediante el desafuero, y después manipularon la campaña electoral para finalmente otorgarle el triunfo a Felipe Calderón, con un resultado tan cerrado que es difícil saber quién efectivamente ganó. Un episodio en el que estuvieron coludidos los tres poderes republicanos, lo que habla de la podredumbre de nuestras instituciones; y en el que intervinieron también los poderes fácticos. Sin duda uno de los acontecimientos más sucios y reprobables de la política en México. El problema es que la firme lucha de AMLO no lo exime de prácticas autoritarias propias del priísmo para la toma de decisiones en el movimiento que encabeza. No sería sano resolver la debilidad actual del Poder Ejecutivo con un regreso al viejo autoritarismo presidencial que AMLO significa. Como tampoco ha sido sano que por su decisión indiscutible se incluyan candidatos que hasta hace muy poco fueron tenaces defensores de propuestas que han arruinado al país como la socialización de las pérdidas bancarias mediante la legalización como deuda pública de los pasivos del Fobaproa. U otros que fueron feroces perseguidores de perredistas en los años en que defender el voto era un delito equivalente a la subversión. Cada quien puede tener el origen político que le corresponda, pero cuando se salta a las filas de las supuestas fuerzas democráticas, lo menos que podría y debería exigirse es una autocrítica pública por sus conductas del pasado. ¿O exagero?

¿A quién beneficiará la anulación del voto?

Las elecciones intermedias en México se caracterizan por una alta abstención (60%), lo cual indica la permanencia de la vieja tradición del presidencialismo. El cálculo es que en el proceso en curso esta podría llegar hasta 70%. Si esos diez puntos porcentuales fueran de ciudadanos que acudieron a las urnas a anular su voto, ¿cuál sería el impacto en cada partido? Yo no lo sé. Lo que sí sé, es que constituiría una seria llamada de atención al sistema de partidos en su conjunto, para que vuelvan la mirada a la ciudadanía a la cual se deben. Constituiría también un fuerte golpe a la ya precaria legitimidad social y legal del sistema de partidos en su conjunto. Saber cuál es la masa crítica de ciudadanos cuya conciencia democrática les dicta ir a las urnas a anular su voto, es el primer paso para exigir el cumplimiento de la nueva agenda democrática, que pienso, se cae de madura. Pero el voto nulo es también el primer paso para que la gente se reconozca en su derecho a abrir nuevos caminos para recuperar y desarrollar un sistema democrático real.

Por el lado de la democracia representativa, algunos de los temas pendientes son:

1. Rendición de cuentas,
2. Revocación de mandato,
3. Plebiscito y referéndum;
4. Candidaturas ciudadanas;
5. Transparencia a fondo en el uso de recursos públicos por gobiernos, poderes republicanos, y organizaciones sociales;
6. Disminución sustantiva del financiamiento a campañas y a partidos;
7. Ley de partidos para lograr su efectiva ciudadanización;
8. Ratificación del Gabinete por el Senado de la República.

Por el lado de la democracia participativa:

1. Libertad y democracia sindicales.
2. Democratización del régimen de salarios mínimos;
3. Justicia laboral independiente y expedita;
4. Reconocimiento de la autonomía de los pueblos indios como entidades de derecho público;
5. Consejo social representativo para la definición de la política económica y social;
6. Sanciones al Poder Ejecutivo por incumplimiento de las metas del Plan Nacional de Desarrollo y los Planes sectoriales;
7. Reglamentación del artículo 25 Constitucional en materia de Sector social, para hacer efectivo el carácter de economía mixta que otorga la constitución a nuestro sistema económico;
8. Desaparición de los poderes fácticos;
9. Democratización de los medios de comunicación;
10. Supresión de los monopolios.

Que la partidocracia se extinga

La legitimidad legal y social de los gobiernos emanados de los procesos electorales es cada vez más precaria. La que tuvo el primer gobierno de la alternancia en el 2000 fue derrochada de manera miserable. Y la que asiste al gobierno de Calderón es más que endeble. La conquista de la democracia formal sucumbió muy pronto frente a la colusión de los intereses de la derecha del PRI y del PAN; y a ello contribuyó la acelerada corrupción del más grande esfuerzo unitario de la izquierda en el siglo XX: el PRD. También los caudillismos priístas a los que sin pudor alguno y con todo el oportunismo electoral de por medio, la izquierda se plegó. Hoy, para recuperar la esperanza en la democracia, sólo contamos con nuestro voto. Es un arma pequeña, pero poderosa. Hacer patente la escasa legitimidad social y la precaria legitimidad legal con un alto porcentaje de votos nulos (¿más que los que se emitan por cualquier partido?) sin duda constituye el primer paso para sanear nuestro sistema de representación política.

En 1988 los diversos sujetos sociales hicieron nacer uno nuevo: el ciudadano, que de manera masiva se lanzó a las urnas a votar en contra del PRI. Hoy que todos los partidos se reprodujeron como un pedazo del viejo PRI, es necesario anular nuestro voto. Las diversas expresiones del movimiento social podrían recuperar el valor del voto para decir no a la comparsa de los partidos que vienen del viejo régimen. Se trata, con alta conciencia cívica y una participación masiva, de romper ese viejo cascarón para dar vida a un nuevo sistema de representación política y social, con nuevas reglas, con transparencia, con democracia participativa.

Hasta ahora la rutina electoral ha venido reproduciendo a la partidocracia existente con grados muy bajos de legitimidad legal y social, y ello ha seguido hundiendo al país. No es casual que en América Latina nos encontremos en los últimos lugares en cuanto a desempeño económico se refiere, después de haber sido por décadas, el país de mayor tasa de crecimiento económico estable de la región.

El pacto social que dio vida a aquel milagro económico se ha roto. Es necesario restablecerlo. Pero no para recrear el corporativismo y autoritarismo de aquel, sino para redefinirlo en los marcos de un sistema democrático representativo y participativo. Para ello no tenemos más arma que nuestro voto. Se trata de que la ética se convierta en la esencia de la política, para que esta se dignifique; para que los políticos sirvan al pueblo y no al revés.

Es necesario liberar la energía democratizadora de la sociedad. La anulación del voto puede ser el primer paso. La actitud de quien se abstiene no yendo a las urnas es muy distinta de quien acude a ellas a anular su voto. En el primer caso denota indiferencia y menosprecio por las conquistas logradas por el movimiento democrático; por ejemplo comicios rigurosamente vigilados. En el segundo caso se trata de reivindicar el valor del voto mediante la abstención activa. Mientras que votar por los partidos existentes equivale a prolongar la agonía del viejo régimen que se recreó en la partidocracia actual.

Redistribuír el poder político, no la miseria

En la víspera del bicentenario de la revolución de independencia y el centenario de la primera revolución social del siglo XX, es necesario iniciar una revolución pacífica desde abajo. Es necesario acudir a las urnas para anular nuestro voto. La resistencia civil a la usurpación del poder y al secuestro de la soberanía popular, no se ha detenido desde que logramos nuestra independencia como nación. Si las conciencias ciudadanas despiertan oportunamente frente al abismo en que el país se encuentra, muy pronto se darán cuenta de que la clase política en el poder, cualquiera que sea su signo político, es la responsable de la larga y profunda crisis que durante las últimas décadas ha estado viviendo el país.

A la crisis económica de larga data, se suman la violentísima crisis de seguridad pública, la masiva violación a los derechos humanos, y ahora la crisis sanitaria. Nada es casual. Si cada una se desarrolló es porque encontró la impunidad, la ineficacia, la corrupción, y el cinismo necesario para someter la cosa pública al interés privado.

Repartir migajas del presupuesto para mitigar la pobreza, mientras la política económica continúa siendo la gran fábrica de pobres, y por el otro de algunos grandes multimillonarios, en realidad constituye una burla a los más necesitados. Lo que se debe distribuir es el poder de decisión. Para ello es necesaria la democracia representativa. Pero no es suficiente, menos cuando se corrompió de manera temprana y acelerada. Por eso es necesario fortalecerla, y además abrir las puertas a la democracia participativa. Que en los centros de trabajo urbanos y rurales, en las organizaciones sociales, en los barrios, en las escuelas; los trabajadores y los ciudadanos tengan voz y voto sobre el salario, el empleo, la política educativa, de salud, de vivienda, de alimentación. Que los pueblos indios sean dueños de su destino.

Porque la política es un bien común, debemos regresarla a los designios de la comunidad, de la sociedad. Es necesario que los partidos sean efectivamente entidades de interés público y no las franquicias económicas que hoy son. Es necesario rescatar a la política y construír desde abajo nuevas organizaciones democráticas, plurales, representativas, transparentes, que sean expresión del México del siglo XXI. Por todas estas razones estoy convencida de anular mi voto el próximo 5 de julio. (Publicado en internet)

México, D. F., 12 de mayo del 2009

Para políticos nulos, un voto nulo


José Antonio Crespo

18/05/2009

Correo de Guanajuato



Me encuentro en diversos portales, mensajes y blogs del internet varios ciudadanos y organizaciones convocando a anular el voto o abstenerse en estos comicios intermedios, no siempre por idénticas razones, pero sí parecidas. Usan distintos lemas, frecuentemente creativos. Una especie de campaña underground que contrasta con la del IFE exhortando a votar por algún partido. El IFE asocia el voto por algún partido como la vía de cambio. Muchos pensamos, en cambio, que en las actuales condiciones partidocráticas, un alto nivel de participación efectiva (por uno u otro partido) sería un factor de inercia y estancamiento, al validar a los partidos en su actual ruta. Uno de esos movimientos por el "no voto" utiliza el lema "Un voto anulado dice más", con el evidente propósito no sólo de protestar a nivel individual contra todos los partidos (por no resultar convincente ninguno de ellos), sino hacerlo masivamente, de manera que al menos quede constancia de la magnitud de dicha inconformidad.

Otro movimiento se denomina, de manera no muy rebuscada, "Yo anularé mi voto", cuyos promotores sintetizan el sentir de muchos ciudadanos, que refleja una fuerte crisis de representación política: "Cada tres años (los partidos) llaman al pueblo a las elecciones. Despilfarran cuantiosas sumas del erario público en campañas y encuestas para convencernos de darles unos minutos en las urnas; porque es a unos minutos que se reduce nuestra participación. Lo más absurdo es que nuestro voto es indispensable para que esta clase política usurpe nuestros derechos democráticos… Por eso no votaremos por ellos este 5 de julio. No seremos cómplices de su impunidad", dicen ahí.

Otro movimiento, en Jalisco (desconozco si también está extendido a otras entidades), se denomina "Para políticos nulos, un voto nulo". El título lo dice todo. Hay también blogs especiales en torno a este tema, como lo es anulomivoto.blogspot.com. Ahí los participantes discuten si votar por algún partido político, el de su preferencia, el "menos malo", o uno al azar, con tal de votar. O bien si es válido no sufragar por ninguno. Y en otro plano, se debate si estratégicamente conviene más abstenerse o concurrir a la casilla y anular el voto. Se dan evidentemente razones en uno y otro sentido. Los inconformes con los partidos reclaman su derecho a protestar contra el sistema de partidos (y, a veces, también contra el sistema electoral). Y debaten cuál de esas expresiones, la abstención o el voto nulo, puede presionar más eficazmente a los partidos para que realicen reformas que incluyan en mayor medida a sus "representados". También, se discute si el "no voto" (en cualquiera de sus dos expresiones) es un derecho, como parte de la libertad de votar (la cual implicaría también la libertad de no votar). Yo así lo creo. Algunos polemistas en ese debate dicen que no es obligatorio votar por algún partido (como los "participacionistas" quieren). Dicen que eso es como elegir entre morir en la horca o en la guillotina. Quienes prefieren anular el voto, insisten en que no se desea mandar el mensaje de la apatía (como comúnmente se interpreta la abstención), sino de rechazo activo y deliberado a todos los partidos. Concuerdo con ello. Es lo que suele llamarse "abstencionismo activo, o cívico", pero que fácilmente puede confundirse con el abstencionismo apático o indiferente, si no se plasma en una boleta anulándola con claridad. Nuestra legislación no contempla el "voto en blanco" como sí existe en varias democracias, es decir un espacio en la boleta especial para quien quiera votar por "ninguno", en cuyo caso no tacha toda la boleta, sino sólo ese espacio creado como una opción legítima, como una posibilidad de la libertad de votar. Habrá que empujar que en adelante se incluya ese derecho (que en general, aún los "participacionistas" reconocen como menos perjudicial institucionalmente que simplemente abstenerse de ir a las urnas).

Un ciudadano abstencionista expresa, por su parte: "Se trata de no votar, no de anular el voto: un voto anulado brinda legitimidad al sistema, dado que, en las cuentas finales, gane quien gane, sin importar con cuántos votos, lo habrá logrado con un índice significativo de votos emitidos. La lección que requieren los partidos y los candidatos, es que si resultan elegidos, sea con un índice extremadamente reducido de emisión de votos: que quede claro que sabemos que no representan a nadie, más que a sus propios intereses".

Por su parte, el Movimiento Segunda Generación promueve la anulación del voto en lugar de la abstención: "Si dejamos de votar, el gobierno cree que los ciudadanos no estamos interesados en las elecciones, si anulamos el voto mostraremos inconformidad con los candidatos; siendo ésta una democracia, tenemos el derecho de decidir no votar por nadie, dado que nadie nos convence" asegura su líder, Gabriel Hinojosa, cuya campaña se denomina "Tache a Todos". Y un ciudadano que coincide con ello, argumenta: "En vez de ser un ciudadano irresponsable que no cumple con sus responsabilidades sociales, este año ejerceré mi derecho a votar y cumpliré con mis responsabilidades sociales, anulando mi voto". Yo coincido con esta óptica, pero seguramente muchos otros inconformes con los partidos no lo vean así, por lo cual, es probable que el abstencionismo sea superior que el índice de votos nulos. Sería interesante y conveniente que el IFE, en su empeño por abatir el abstencionismo, informara también a la ciudadanía la posibilidad de participar sufragando por un candidato no registrado, que es equivalente a anular el voto, algo aceptado por nuestro sistema electoral como legal y legítimo, pues incluso la boleta reserva un espacio para dicha opción. A menos, claro, que el IFE esté al servicio de los partidos, y no de la ciudadanía que merece y requiere la información completa antes de tomar su decisión.

viernes, 15 de mayo de 2009

Partidos, ¡vergüenza nacional!


La Jornada
Jorge Camil
15/05/2009


El tema de mi artículo ¿Usted piensa votar? (La Jornada 17/4/09) mereció un inusitado número de comentarios que demuestran la preocupación por las próximas elecciones y el desencanto con nuestro sistema político. Una cosa quedó clara: ninguno de los lectores confía en los partidos, lo cual destruye el valor de nuestra democracia. Casi nadie confía en el Instituto Federal Electoarl (IFE), antiguo bastión del sistema electoral que permitió la alternancia en 2000. En los 42 comentarios que se subieron a la página digital de La Jornada, y en los nueve recibidos directamente en mi correo electrónico el día de la publicación, casi todos los lectores estuvieron de acuerdo con la inutilidad de ejercer el voto el próximo 5 de julio.

Pero hubo diferencias importantes en la forma en que cada uno planea protestar. Algunos, como yo, optaron por no acudir a las urnas. Otros han creado blogs invitando a no votar o anular las boletas, conscientes de que la abstención deja el camino abierto a las decisiones del voto duro. Muchos, sin embargo, impulsados por un respetable deber cívico, pero sin dejar de protestar por el lamentable estado de nuestro gobierno y del sistema político, se disponen a anular la boleta escribiendo leyendas contra los políticos o los partidos. (Un lector anunció que después de registrarse en la casilla destruiría la boleta, lo cual constituiría un delito.)

Las leyendas propuestas para anular el voto reflejan la frustración ciudadana con un país que nueve años después de la alternancia continúa trastabillando en la oscuridad. Varios lectores recomendaron que las leyendas fuesen respetuosas. Uno, al menos, anunció que cruzará la boleta con una frase que resume todo: ¡clase política desvergonzada!

Al día siguiente de la aparición de mi artículo, Milenio (18/4/09) publicó una nota con el resultado de la Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas 2008 (ENCUP) de la Secretaría de Gobernación. Las cifras hablan por sí solas. ¡Sólo 4 por ciento de la población mexicana confía en los partidos políticos!, y mientras 31 por ciento tiene confianza en el IFE, 66 por ciento no considera que las elecciones sean limpias. En ese orden de cosas vale preguntar: ¿qué son y para qué sirven los partidos políticos? ¿Para qué sostener con fondos públicos instituciones en las que nadie confía? Es ofensivo hacerles el juego a mafias disfrazadas de partidos políticos, que operan redituables empresas destinadas a preservar poder, privilegios personales y ganancias espectaculares. ¿Usted apoya la existencia de partidos familiares? (me refiero por supuesto al del niño verde). ¿Está de acuerdo en que existan partidos propiedad de una lideresa magisterial que se adueñó de un partido confeti (Panal), y tiene una garra de halcón encajada en el corazón de cada uno de los dos principales partidos políticos nacionales?

Hace dos años, en un artículo titulado Partidocracia: república del cambalache (La Jornada, 28/12/07), expresé que la partidocracia que padecemos es una oligarquía: una forma impura de gobierno en donde unos cuantos rigen en beneficio propio. Hoy, más que nunca, confirmo esa creencia. No se sorprenda. La oligarquía es la forma de gobierno que tuvimos con el PRI, aunque ahí los oligarcas estaban concentrados como abejas en un mismo panal. Y oligarquía es la forma de gobierno que prevalece hoy, con la diferencia de que el nuevo monopolio del poder se comparte ahora entre grupos de diversos partidos.

¿Ideología, valores, principios? ¡Por favor! Se trata de ganar votos con comerciales ridículos en la televisión; comerciales que apelan a nuestro patriotismo, espíritu cívico y orgullo nacional.

¿Qué busca el PAN en la próxima elección? Ganar para continuar gobernando en 2012. ¿Qué busca el PRI? Ganar para recuperar la Presidencia. ¿Qué busca el PRD? Ganar para volver a intentar la Presidencia en 2012. ¿Alguien se preocupa por la precaria situación de millones de mexicanos? ¿Quién ejerce el mexicanísimo derecho de palomear candidatos? Según Proceso (No. 1694), en el PAN lo ejercieron desde Los Pinos el Presidente y Germán Martínez. Y en el PRI, además de Manlio Fabio Beltrones y Beatriz Paredes, Carlos Salinas de Gortari (que palomeó candidaturas plurinominales en favor de familiares y ex colaboradores). En el PRD prevaleció la rebatiña. ¿Usted sinceramente cree que los candidatos palomeados por ese reducido grupo de poder vayan a gobernar en beneficio de todos los mexicanos?

En mi artículo sobre la partidocracia mexicana concluí que habiendo desaparecido la ideología y, muertas las propuestas, se desvanecieron las diferencias entre izquierdas y derechas. “Todo es coyuntural: qué me das y qué te doy… un gobierno de toma y daca. La república del cambalache”.

Enrique Dussel, maestro de la UAM, ofreció en días pasados una sencilla y atractiva definición de democracia en el programa de Carmen Aristegui. Existe democracia, dijo, ahí donde participa un pueblo en la gestión. ¿Usted piensa sinceramente que después de depositar su voto el 5 de julio participará en la tarea de gobernar?

jueves, 14 de mayo de 2009

Cositas- Tache a Todos

Lotería Partidista- Tache a Todos

sábado, 2 de mayo de 2009

Voto nulo como estrategia ciudadana


José Antonio Crespo
"¿El "no voto": esfuerzo inútil?"


En el número de abril de la revista Nexos se hace una reflexión plural sobre si conviene votar o no en las actuales circunstancias. Una de esas reflexiones la hace José Woldenberg (Gesto inútil), a quien mucho aprecio y respeto. En lo que hace a la discusión sobre las razones de votar o no votar en estas elecciones o, más aún, como él mismo lo pone, si tiene sentido abstenerse, mi postura es que, a partir del comportamiento de todos los partidos en los últimos años, se puede concluir que no hay diferencia sustancial entre ellos. Y que los ciudadanos que así lo sientan (no sabemos cuántos son) pueden expresar ese rechazo y ejercer una presión sobre los partidos anulando el voto (aunque muchos, al parecer, no quieren ni siquiera concurrir a la urna). La postura de Woldenberg es que esa estrategia no tiene mayor sentido. Recuerda el ex presidente del IFE que en los últimos años pasamos “de un partido hegemónico a otro pluripartidista“, y de una política “monocolor a otra donde el pluralismo se reproduce en las instituciones de Estado”. Es cierto, pero algunos pensamos que los partidos se repartieron el poder que antes detentaba el PRI, sin compartirlo a su vez con sus respectivos representados, para lo cual no se les ven muchas ganas (ahí está todavía esperando, por ejemplo, la reelección consecutiva de legisladores y munícipes, como mecanismo esencial de la democracia representativa).

Afirma también Woldenberg que “la abstención tiene sentido cuando alguna fuerza política fundamental en un país es excluida de la contienda”, lo cual quedó superado ya. Cierto, pero ahora la exclusión se hace con los presuntos representados de los partidos o al menos muchos así lo sentimos. Por lo cual, la pregunta sería si el “no voto” de esos ciudadanos que no nos sentimos debidamente representados ni partícipes de las decisiones (así sea indirectamente), más allá del voto, puede contribuir estratégicamente a superar en medida importante dicha marginación. Woldenberg recuerda que el voto nos llevó a un mayor pluralismo político. Cierto, pero, paradójicamente, en las actuales circunstancias, el voto podría fortalecer el arreglo partidocrático y oligárquico que muchos percibimos y del cual nos quejamos. En cambio, el “no voto”, si es suficientemente amplio, podría llamar la atención partidocrática para que se dé el siguiente paso a la apertura y la inclusión política, en este caso, no de la oposición, sino justamente de los ciudadanos.

Finalmente, Woldenberg advierte que un fuerte abstencionismo, más que ser un instrumento adecuado para avanzar en la democratización (en la relación entre partidos y ciudadanos), puede provocar un retroceso, echar abajo lo que hemos logrado en muchos años: “¿Queremos desfondar lo poco o mucho que hemos construido hasta ahora?”. Ante esa advertencia, que es perfectamente atendible, haría yo dos apuntes: a) Es cierto que un abstencionismo total, por definición, provocaría un colapso de la democracia en vigor. Simplemente no podría instalarse la Cámara baja y se crearía una crisis política y constitucional. No es eso lo que se busca (aunque no podría asegurar que algunos no pretendan eso). El cálculo es que hay un buen número de ciudadanos que sí tienen una preferencia partidista o están dispuestos todavía a votar por el “mal menor” (las encuestas calculan entre 30 y 40 %), por lo cual, aun con una elevada abstención, no habría colapso. b) Me parece menos riesgoso institucionalmente, en lugar de abstenerse, presentarse a la urna y anular el voto, con el fin de reproducir en lo posible lo que en muchas democracias se conoce como “voto en blanco”, para lo cual existe ahí un recuadro específico en la boleta. Se estaría emitiendo un “voto de castigo” a todos los partidos, sin rechazar de plano a todas las instituciones. Es cierto que, de alcanzar la anulación y la abstención juntas, igualmente ciento por ciento, la temida crisis ocurriría (como lo pinta José Saramago en su Ensayo sobre la lucidez). Pero el cálculo es, como se dijo, que muchos ciudadanos votarán por algún partido, para evitar así el colapso. Si la abstención, junto con el voto nulo, son excepcionales, pero no totales, no habrá colapso, mas los partidos recibirán el mensaje del amplio malestar (en el lenguaje que sólo parecen entender) y, quizá, actúen en consecuencia (haciendo reformas que permitan compartir en medida suficiente su poder con los ciudadanos, reduciendo también sus insultantes privilegios, llamando a cuentas a sus infractores, etcétera). No se trata tampoco de prescindir de los partidos (“que se vayan todos”), sino de mejorar la representación. En todo caso, la probabilidad de que eso ocurra es mayor con un amplio “no voto” que con una abundante votación, que no generaría en sí misma ningún incentivo para la corrección o la reforma. Probablemente al contrario, sería un elemento de inercia, al considerarse como apoyo y aval a su camino y comportamiento actuales. Infortunadamente, los cambios (al menos en México) suelen darse, no antes, sino en medio o después de una crisis (y a veces ni así), que en este caso sería una de representación política.

Muestrario. Una encuesta telefónica publicada la semana pasada por Reforma (4/IV/09), reporta que, a propósito de la campaña negativa del PAN contra el PRI, 29% le cree al primero y 40% al segundo. De lo cual podría inferirse que dicha campaña no afectaría al PRI, lo cual se podrá aclarar en futuras encuestas. El sondeo sugiere también que sólo 12% considera interesantes las campañas, 46% no les presta atención y 37% ya se está hartando de ellas. Igualmente, 62% percibe más ataques que propuestas en la publicidad política. Y 56% considera que el proceso no está siendo democrático, frente a 32% que sí lo ve como tal.

Algunos pensamos que los partidos se repartieron el poder que antes detentaba el PRI, sin compartirlo a su vez con sus respectivos representados.